Entrando por el Guadalquivir, remontando ambas bandas del río grande, nos vigila desde el siglo XV el centinela de piedra, impasible. Testigo de partidas y llegadas, el castillo nuevo de los Guzmanes se impone sobre lo alto de la barranca de Sanlúcar de Barrameda, en el centro del casco antiguo, su barrio alto.
Es de justicia insistir en lo extraordinario que tiene la ubicación de esta ciudad milenaria. Sus inviernos plácidos y templados, sus primaveras henchidas de alegría y el color malva de sus atardeceres de verano hacen de este enclave un lugar genuino de la provincia de Cádiz.
Desde los tiempos del Templo del Lucero hasta hoy por la mañana, Sanlúcar de Barrameda se levanta mirando a poniente. Todo venía de ahí, de las tierras de ultramar, de la vieja Europa, del oriente y del occidente. Bienvenidas y despedidas que se han visto en el puerto sanluqueño “de toda la vida De Dios” y que por avatares del destino, de la vida del río y de la amplitud de los arenales de la playa, hoy es centro neurálgico de la ciudad en la actual Plaza del Cabildo, cátedra del tapeo y capital de la gastronomía nacional por excelencia.
Sanlúcar de Barrameda, con su nombre y su apellido, es sede de la Casa Guzmana y ducado de Medinasidonia. En su palacio ducal tenemos el mejor ejemplo de la importancia que tuvo Sanlúcar para tan ilustre linaje haciéndola capital de sus Estados, asentados definitivamente desde el siglo XVI en este rincón privilegiado. Con la presencia
del Castillo De Santiago quedaban garantizadas seguridad y defensa, tan necesarias en aquellos tiempos. Alonsos, Enriques, Juanes, Gaspares y Leonores. Buenos por la hazaña del primero de todos en Tarifa, que bien les valió esta tierra en Señorío. Y una Isabel a la que tenemos tanto que agradecer, que supo reunir los papeles antiguos de la Casa para terminar creando el archivo privado más importante de Europa y donde duerme gran parte de la Historia del mundo.
Sanlúcar es punto de partida y fin de trayecto. Es la encrucijada de la Historia, el Arte y el Talento. Donde se citan los palos del flamenco y la “Tauromagia” en las cuerdas de una guitarra. Es una copa de manzanilla a la caída de la tarde como hacían los viejos, que son los que saben cómo, cuándo y cuánto. Es el olor a café de puchero por la mañana temprano y la tostá de pringrá de la comida “del día de antes”. Es el veranillo del guiso, y el hablar solos por la calle en voz alta. Es acoger al forastero cuando llega porque llevamos siglos recibiendo gente de los confines del planeta y nos sale de lo más profundo de la memoria. Es tener el don del tardeo y del encarte; así saben las cosas buenas de la vida. Es el oro blanco de las salinas y las arenas finas de la Tierra Venerable. Son las manos encalladas y la espalda partía. Es la necesidad y la creatividad lo que se fusionaba en nuestras cocinas; mujeres de la Colonia y hombres de la viña son la base de la vanguardia de nuestra gastronomía tan apreciada en la actualidad. Pero todo viene de la necesidad y de la suerte de tener un navazo o un corral en la playa. Y la expresión “no tener más remedio”, porque es de la necesidad del “poco pa muchos” de donde nace la creatividad.
Tierra de navegantes y marineros, marinos y mercantes. Es la melancolía del que se va y no vuelve y la alegría y el alivio del que retorna después de tres años navegando siempre rumbo a occidente hasta dar de nuevo con el puerto de Barrameda, dando la vuelta al mundo por vez primera en la Historia. Es testigo de la mayor hazaña marítima de todos los tiempos. Como ir a la luna y volver. Se dice pronto. Pero está escrito, firmado y lacrado tal como lo describió Juan Sebastián Elcano frente a la playa de Bajo de Guía sin tan siquiera haber puesto aún pie en tierra. Primus circumdedisti me . Y vaya si la dió.
Todas estas cosas son las que nos componen. Estamos hechos de momentos y tradiciones. El Castillo de Santiago es un testigo que sigue gritando nuestra Historia porque la tiene grabada en sus muros. No está flotando sobre la brisa del océano, sino que forma parte del conjunto patrimonial que ha sobrevivido a la destrucción, la ignorancia, al desapego y a la dejadez. Está en nosotros mantener rumbo fijo y no permitir que se pierda a la deriva en la noche de los tiempos.
¿Comenzamos a navegar?
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